Llenar vacíos

Hace tiempo que no escribo una pieza corta, un relato, un pequeño recuerdo con palabras. Hoy amanece de nuevo y las portadas de los diarios digitales -que son infinitas gracias al desplazamiento- lo hacen con titulares convulsos que intento evitar pero que no logro desatender. Unos días atrás, hablaba con un amigo sobre las mejores y peores épocas para lanzar un libro. Pero el histórico de las hojas de cálculo que guardo, sólo dan anomalías en los últimos años. Primero el confinamiento, después el desconcierto de una pandemia y ahora… esto. Quizá ahí resida la razón por la que dejé de llenar vacíos por las mañanas, a la hora del café, en quinientas palabras, prefiriendo guardar esa energía -o esos pensamientos- para contestar los correos de los lectores -tan queridos y tan necesarios para seguir en esto- o trabajar en una novela.

Y lo cierto es que, a pesar de las restricciones, del miedo ajeno, de las críticas y de la psicosis colectiva, desde que se inició esta sinrazón, he salido lo que he podido -cuanto y cuando me han dejado-, escondiéndome de los patrulla por llegar al domicilio en el minuto de descuento del toque de queda, disfrutando cada trago como si fuera el principio de un fin, creyendo que nada volvería a ser igual que antes. Y no lo sé si volverá pero, en la superficie, todo eso parece que se ha olvidado con facilidad. Este periodo extraño también se llevó viejas costumbres, muchos sentimientos -rotos y enteros-, perfumes que no volveré a oler, noches de carmín y maquillaje en el cuello de la camisa, destellos de veladas prescindibles, frases que pondré en mis libros futuros, algunos bares amigables y al viejo barrio, que ya no frecuento por lejanía -y del que me llevé lo necesario-. Y no lo digo con nostalgia, ni tampoco con resentimiento, pues, desde entonces, di larga vida a personajes, a cientos de páginas con escenas y diálogos que quedaron como una larga partitura, a horas de trabajo que me han llevado hasta este punto, en el que escribo estas palabras, una vez más, con el pecho cargado, la taza vacía de café, el documento de Word abierto, la certidumbre de estar delante de algo importante, absorbente, insano, y el temor a ser incapaz de gestionar una historia que se devora a sí misma.

Adoro este momento.
Dura poco y, una vez que termina, nunca se es la misma persona.
Alguien me dijo que, si lo logras una vez, puedes conseguirlo de nuevo. Esta vez busco ir más allá de lo que soy capaz de imaginar.
Y es que, sin todo lo anterior acumulado y escondido en alguna parte, como cofre de monedas de oro, no habría manera de sorprenderme a mí mismo.
Por eso, quizá ahí resida la razón por la que ahora lleno vacíos más extensos.