Vacíos

 

 

De repente, todo terminó. El calor aprieta, el zumbido de los mosquitos reaparece y, sin haberme dado cuenta, junio se presenta como otro desafío más.

Cada vez que termino una historia, sea ésta breve o larga, algo se transforma en mi interior de un modo irreversible.

La escritura es para mí como el agua para las plantas.

Pasear a diario por delante de ese parque de atracciones mientras el perro olisqueaba a su alrededor, ya no significaba nada.

Fue un momento extraño.

La idea, materializada, sacada a rastras de mis entrañas, se convirtió en una novela corta y yo, desolado, vacío, me despedía con gusto de ella, para dar paso a otros asuntos más importantes.

Me obsesioné tanto por algo que decidí quitármela de la cabeza de la única manera que conocía, y de ahí nació ‘El Círculo.

Pero no terminó aquí.

Tras predicar y empaparme con la importancia de ser uno mismo, de mantener el temple y seguir hacia delante, me vi en una encrucijada personal, atento y expectante por lo que sucedería después.

Ha llegado el momento de sincerarme.

Sentí que debía mantenerme en mis trece, caminar hacia delante, por muy oscura que se convirtiera la senda, por muchos demonios que aparecieran en mi camino para desviarme de éste.

Aprendí a decir adiós a viejos hábitos que creía haber olvidado.

Recordé lo bien que me sentaba pasear por la playa y observar las estrellas por la noche.

Entendí que mi corazón estaba preparado para muchas cosas, pero no que no me conformaría con cualquier cosa por un poco de compañía, caricias y placer pasajero, como quizá hubiese hecho en el pasado.

Me acepté a mí mismo, que no era tarea fácil, por primera vez en la vida.

Casi sin apreciarlo, noto que pronto llevaré un año aquí, de vuelta y me he convertido en una persona más sensible al entorno de lo que ya era.

Una vuelta que observaba en el pasado como las puertas del cielo, pero que no era más que un escalón más en mi subida.

Construir un porvenir, en mi caso la de escribir y poder vivir de ello, no es fácil, como en cualquier disciplina, pero tampoco me lamentaré por ello, puesto que fue mi decisión. Mi hermano me lo dijo. Salir de la mediocridad nunca lo es.

Los logros del hoy, son las ambiciones del ayer pero, a estas alturas, contemplo que la ambición no tiene límites, y eso para mí significa progreso.

 

“Lady at the Bangkok Art and Culture Centre lays on stomach on a wood table” by Pim Chu on Unsplash

 

Con dureza, noto que los cambios han golpeado mi fortaleza espiritual con arietes pesados hasta hacerla mover, aunque sin ser suficiente para derrumbarla.

Me pregunto cuánta gente habrá sentido lo mismo, cuando creían que había sentado las bases de algo y, de repente, vio que se encontraba en la misma casilla de salida.

Me pregunto tantas cosas que me abruman los signos de interrogación.

La vida alecciona, no sólo cuando cometemos errores, también cuando luchamos por algo.

Es importante ver las señales, mantener la calma y levantar el espíritu con la fe ciega e inquebrantable, cuando las fuerzas físicas no son suficientes y el ruido externo es insoportable.

Y me siento bien de haberlo hecho así.

Es cierto aquello de que es imposible agradar a todo el mundo, por eso es importante ser fiel a nuestros principios a diario.

Sin embargo, a pesar de todas las batallas ganadas, siento que, durante estos últimos meses, he dejado a alguien de lado, a la persona más importante, a mí mismo.

Desde el hermoso amanecer tímido y rosado, hasta el crepúsculo más idílico, las horas pasaban con la mente en otro lado, en otras personas, en otras tareas, llegando a la cama con el cuerpo desgastado y la sensación de no haberme dedicado ni unos minutos de compañía.

Trabajo hecho, pero satisfacción escasa.

Escribo esto porque me servirá en el futuro para recordarme una región de mi experiencia que no deseo visitar de nuevo.

Documento estos pensamientos porque quizá te pase a ti o ya te esté sucediendo.

“Long exposure sunset by the pier in Strahan, Tasmania, Australia” by Paul Carmona on Unsplash

 

Hace seis meses comencé a notar los efectos de un esfuerzo desmesurado de dieciocho meses de trabajo sin descanso, del éxtasis instantáneo y de la euforia que una pantalla es capaz de dar.

No obstante, el cuerpo humano es más sabio que nuestra mente, y volcó un torrente de cuestiones sin digerir a comienzos de año.

Busqué el modo de alejarme del escapismo que mi mente buscaba a diario. Eliminé aplicaciones que me hacían sentir mal (siempre he dicho que las redes no hacen mal a nadie, sino la forma en que se contemplan y la implicación que ponemos en ellas).

Bloqueé páginas para evitar distracciones e intenté encontrar vida en el plano físico y no en el virtual.

Incluso pensé en marcharme a vivir a la montaña.

Por mucho que corramos, nuestras piernas flaquearán, dejándonos sin aliento y, en algún momento, deberemos hacer frente a toda esa niebla.

A veces me planteo si, de haber sido otra persona, habría perdido la cabeza, como un planeta solitario alejado en la galaxia. A veces me pregunto si, de haber sido otra persona, me habría despertado años atrás.

Por suerte, el círculo se cerró, como el título de la novela, y un nuevo amanecer llegó para aparcar otra lección duradera.

Soy un tipo afortunado y, tanto física como virtualmente, estoy en contacto con personas que me brindan cariño, apoyo y me transmiten buena vibra con sus palabras.

Aunque él no lo sepa, la compañía de mi perro, a pesar de su demanda de atención, también me ha ayudado a tomar oxígeno, desconectar, sentirme más presente.

Creemos que no es así, pero internet nos afecta, para bien o para mal, porque está formada por personas como nosotros, con sus días buenos y malos, con su bilis y sus ganas tremendas por hacerte sonreír.

No queremos escuchar lamentarse al vecino, pero nos atiborramos de odio en un muro de Facebook.

Es importante escoger qué personas traemos a nuestra vida y a cuáles dejamos marchar, aunque no las podamos tocar.

Hoy, vuelvo a pasear frente a esa montaña rusa. Ya no me transmite más que un recuerdo pasado y lejano. Hay polvo sobre la mesa, una señal de que ayer estuve aquí.

Es hora de limpiarlo, es el momento de seguir hacia delante.