Verano

Digamos que se podrían llamar vacaciones. No lo sé, tampoco importa.

Abandoné la playa huyendo de bañistas, de barcos, música y chiringuitos con manteles de papel.

Deserté sin complejos hacia el secano, lo árido y la calma, con la sensación de haber dejado el trabajo bien hecho y con la reafirmación de que tengo un gran número de personas maravillas apoyándome, en diferentes lugares del mundo, leyéndome y empujándome a lo más alto.

Estoy tan agradecido que sigo asimilándolo.

Creer que todo lo que sucede es por ti, es caer en un grave error.

Desde hace unas semanas, estoy alejado de mi entorno, recluido en el interior de la provincia.

Decidí tomar unos días para reflexionar, hacer balance del año y disfrutar de la resaca del último lanzamiento.

Hace tiempo que voy en busca de algo que desconozco dónde se encuentra. Estar cerca de la naturaleza, del silencio, me ayuda a pensar con claridad, a visualizar lo siguiente, a leer en calma y a disfrutar de pequeños placeres como el del atardecer.

Al mismo tiempo, siento que algo me lleva a reconectar con mis raíces, con el lugar del que procedo, para así entender qué soy -más que quién- y de qué pasta estoy hecha.

Emocionantes retos están por llegar mientras tengo una sensación extraña sobre el año que está pasando.

Ayer visite el pueblo en el que había dejado cientos de recuerdos. Las calles estaban vacías, el entorno era hermoso y entendí que, en algunos lugares, la vida funciona a otra velocidad.

Una vida que, en ocasiones, nos olvidamos que existe.

Quizá, lo más difícil de todo, sea que todavía no hemos aprendido a parar el reloj.