Vivir a medio gas

orange and white concrete building

Me dijo que se convertiría en una gran actriz y le respondí que ya tenía media batalla ganada.

La chica de Buenos Aires nunca tiró la toalla, al menos, mientras soñó despierta. Nos conocimos por accidente en la tienda del barrio. Me pidió que le bajara una caja de huevos del estante y yo me ofrecí sin problemas. No tardé en darme cuenta de la profundidad de su mirada. Si no hubiese sido por el acento, habría pensado que era una de esas estudiantes del sur de Italia. Aquella fue nuestra carta de presentación. Los días pasaron, volvimos a vernos en la calle, en el parque, en la puerta del bar de la esquina. Yo entraba y salía, ella iba y volvía. Un día el perro me hizo de Celestina. Hablamos un rato, entramos en el bar y yo me pedí una cerveza. Ella un café con leche. Me dijo que estudiaba arte dramático y pronto noté su halo de profundidad, por encima del resto. Llevaba poco en el barrio, estaba ilusionada porque vivía en la misma calle que otra actriz española y aún no se había dado de bruces con la realidad que le esperaba. Escuché su historia, resumí la mía y me guardé el escaso interés que tenía por el arte dramático. Sinceramente, me resbalaba un buen rato aquel tema, pero su compañía era agradable y la chica de Buenos Aires tenía una bella sonrisa. El tiempo nos junto y nos separó a partes iguales, dejando bonitos recuerdos junto al Manzanares y alguna que otra puesta de sol. El frío del invierno lo congeló todo, con naturalidad y sin rozaduras. Un día, su sonrisa se había borrado y su mirada ya no era tan profunda. La última vez que la vi, fue en la estación de trenes, tomando un metro hacia quién sabía dónde. Sólo ella y sus sueños. Pensé que había tirado la toalla, dejándose vencer, renunciando a sus sueños, renunciando al dolor del triunfo. Porque para llegar a puerto, antes hay que sufrir la marea.

En ocasiones pienso que la gente no desea de verdad lo que dice querer. No, al menos, con tanta intensidad.

A veces me pregunto si vivir a medio gas merece la pena, si es mejor dejar que te mate eso que amas, o morir dejándolo todo a medias.