Volveremos

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Cuando las cosas van bien, escribo. Cuando no van tan bien, escribo. Teclear a diario como terapia, como el ejercicio de respirar.
Estos días recorro calles vacías y avenidas desoladas. Llevamos casi un año de dudas y esto se palpa en la ciudad. Madrid no es tan Madrid, pero sigue siendo Madrid. La nostalgia cercana golpea. Reconozco que cuesta echar la vista unos años atrás y ver cómo ha cambiado la situación. Por esa razón, y por muchas otras, escribo. En la terraza de Las Bridas, en plena calle de Abascal, los coches que bajan hacia la Castellana siguen golpeando la lona que protege a las mesas del asfalto. Las temperaturas suben, haciéndonos olvidar el caos que la nieve dejó unas semanas atrás, pero a las nueve hay que moverse, cuando todo empieza, cuando la cerveza me vuelve más vivo y pomposo al hablar. Como muchos, me aferro a la resistencia que se da por vencida, aunque siento que la marea me aparta de la hora y termino prefiriendo el balcón de mi casa, el escritorio, el sofá y la lectura. He escrito una novela ambientada en Madrid, en el Madrid que todos (y, a veces, unos pocos) conocíamos, para viajar por la imaginación y los recuerdos. Ayer me paré frente al Delina de Monte Esquinza, abrumado al ver cómo bajaban la persiana a las seis de la tarde, pensando en lo que había sido ese lugar, meses antes, lleno a cualquier hora de personas trajeadas, matando las horas antes de regresar a la oficina o a sus casas, según el momento del día. Volverán, me dije, como volveré yo también a sentir el ardor del Johnnie Walker con hielo atravesándome la garganta para embriagar a mis glóbulos rojos junto a una buena compañía. Volveremos. En ese aspecto, estoy tranquilo. Seguimos vivos, que es lo que importa, pese a todo. La resiliencia está en cada letra del teclado luminoso y desgastado que aporreo cada mañana.
Historias, que no falten nunca, aunque sean en una hoja de papel, en una pantalla, en párrafos. Pero historias, al fin y al cabo.