Agosto

Agosto llega a su fin, o eso parece. Madrugo, preparo café y escribo. Ha sido una mañana productiva. Salgo al balcón y contemplo cómo una gran nube ha encapotado el cielo, aunque sigue haciendo el mismo de siempre. Dicen que va a llover, pero no me lo creo, ni tampoco me afecta. En menos de veinticuatro horas, las calles se han quedado desiertas. Un niño se desliza por el centro de la avenida en monopatín. Miro a lo lejos y sólo veo el final de una larga calle que termina en una intersección. Parece que es cierto, que el verano tenía fin, después de todo. Parece que allá arriba escucharon mis plegarias cuando pedía que todos se fueran, que el chaval del altavoz inalámbrico dejara de poner ‘trap’ a todo volumen. Parece que, mientras yo rezaba todo lo que sabía y terminaba una novela, las vacaciones se terminaron para la mayoría y, poco a poco, fueron regresando a sus ciudades. La playa está casi desierta, mi coche se encuentra solitario en el apartamento. Salgo a la calle a comprar un poco de verdura, pan y algunos botellines de cerveza. La terraza del bar de la esquina está llena de gente con acento norteño, la mitad de ellos jubilados, otros, cercanos a sus últimos días de trabajo. Todavía siento dificultades al comunicarme con la gente de los establecimientos. Iba a ser verdad aquello de que cuando vivimos en el extranjero, terminamos hablando como idiotas. Aunque no lo piense, estoy empezando de nuevo, de cero. Otras experiencias, otra vida que comienza, un pueblo que ya conozco aunque en el que nunca he vivido más de un mes. Disfruto de la decadencia propia del momento, de la migración uniforme, del adiós hasta otro año que venga, si eso. Tomo lo que me corresponde. El poeta John Keats hablaba de que, sólo a través de la capacidad para negarnos a nosotros mismos, podíamos acceder a la verdad auténtica. Regreso por el mismo recorrido, observo como Goethe al final de la carretera y entorno los párpados. Luego pienso qué diablos, observo como yo, con mis propios ojos, con lo que soy.
A nadie le gusta que lo bueno se acabe, pero forma parte del curso de la vida.
Lo mismo sucede con las novelas.