Pensamientos y desafíos

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Doy un paseo por el barrio y observo que hay quien ya tiene puestos los adornos de Navidad. Todavía falta más de un mes, pero parece que quieren olvidarse del frío y centrar los pensamientos en compras, regalos y demás quehaceres. Nubes bajas que ya no me afectan. No me siento decaído, sino más bien fuerte como un roble. Esos días de hastío se solucionaron con un buen chute de motivación. ¿Cómo? Marcándome nuevos desafíos. Los diarios están llenos de artículos con fórmulas para la pérdida de peso: dietas, alimentación, hábitos… Todo eso está muy bien, no lo pongo en duda, pero pasamos más tiempo escuchando lo que dicen otros, que conociéndonos a nosotros mismos. Y esto es esencial. Aterra al principio, porque cuesta aceptar algunas verdades que hemos intentado evitar con los años, poniéndonos máscaras o buscando a alguien que nos dijera que eso no era así. Pero luego se hace llevadero.

Con los años he aprendido a entender esa brújula interna, su funcionamiento. Hay cosas que me interesan y otras que no.

Hay actitudes con las que me identifico y otras con las que no. Y no le doy más rodeos, pero corto en seco a quien pierde su tiempo y su energía en convencerme de ello. Detesto que me hagan perder el tiempo.

La vida está hecha para aprovechar cada segundo.

Hay cosas en las que pienso, pero a las que no le dedico demasiado esfuerzo, porque no siento esa fuerza abrasadora que me ha llevado a realizar otras acciones en la vida. Muchas veces me imagino en una casa cerca de un lago, escribiendo, tomando vino en el atardecer, rodeado de bosque y silencio. En algún momento, sé que pasaré una temporada en alguna, pero es un deseo que está ahí, bien lejos. Me gusta demasiado la ciudad. También pienso en esa vecina con la que me encuentro los días impares cuando regreso de pasear al perro. Tiene el pelo largo, liso y negro como el carbón y un acento del sur de la Península. No sé muy bien de dónde, pues al principio ni saludaba, pero las buenas formas no tienen rival y, ahora, ya sonríe, dice hola y da las gracias. Es bonita y parece simpática. No debemos llevarnos muchos años. Después subo las escaleras y me olvido de ella hasta que me la vuelvo a encontrar días o semanas más tarde. Pequeños momentos que deben quedarse ahí, en el rellano de un edificio.

Y así con muchas otras cosas más.

Con tanta distracción, no hay quien se centre, por eso me pongo desafíos que marcan mis prioridades cada día. Sin más vuelta, trabajando por ello para exprimir todo el jugo de la naranja. Porque lo demás son gotas de lluvia en un impermeable que resbalan o se secan cuando sale el sol.