Abrumado

people walking on white sand beach near gray rock formation during daytime

Quiero regresar al hábito de escribir un poco cada día. Se lo leí a Dean Wesley Smith un día e hice mía la idea. El problema es que no siempre la pongo en práctica. Han sido unos meses muy duros. Cuando vives de tus palabras, la presión en el ambiente es distinta a cuando otras cosas te pagan las facturas. En mi caso, he aprendido una gran lección.
Esta noche he soñado con un final de novela de Maldonado. El subconsciente me manda señales para que despache a la familia Coves y vuelva a patear las calles de Madrid. La escena era simple: Maldonado, con su Barbour, conducía un viejo BMW hasta un desfiladero. Ahí sacaba el botín, que era un maletín lleno de billetes, y una ventisca hacía volar el dinero. A pesar de la fortuna, Maldonado seguía siendo pobre. No estaba mal para un final de novela, pero me hubiera gustado saber algo sobre el caso -que es la chicha de la historia-. La calle vuelve a ser lo que era dos años antes. Había olvidado el ritmo frenético de la ciudad, el tráfico de las avenidas, el rugido de la noche.
Será cosa mía, pero noto cómo la alegría se contagia y hace más bonitas las sonrisas de la gente.
Cuanto más me acerco a la realidad presente, más me alejo de la virtual. Cada día que pasa, me abruma un poco más estar al día con todo. Podcasts, novedades literarias, mensajes de Whatsapp, correos electrónicos, artículos en la web… La televisión lleva apagada más de un mes y la última serie que vi, fue antes del verano.
Y no me importa.
Supongo que he recuperado algo que creía perdido.