Conectando puntos

La primavera me trae un catarrazo de mil demonios, pero saco fuerzas de mis adentros e intento dejarme llevar por los delirios del resfriado para pescar alguna idea. Me encuentro en ese momento en el que uno termina su historia por primera vez, ata cabos, da punto y final, pone el broche de su novela -y también llora un poquito por dentro-. 

Ha costado horrores -ya hablaré de esto otro día-, pero lo he sabido llevar con diligencia. Sin embargo, he visto que algo ha cambiado a lo largo de este libro, que ya no hay pop entre mis frases y que la disciplina es la base de la creatividad. Las historias se mueren como las plantas si no las alimentamos. Por suerte, he estado cuidando a un cacto que necesitaba algo de agua.
Me encuentro en el precipicio, mirando al horizonte, sabiendo que nadie me va a entender y que voy a decepcionar a muchos lectores por no darles un poco de ese aguardiente que huele a best-seller. Esto es un poco lo que piensa la persona que escribe, porque, después de todo, las inseguridades siguen ahí, en el mismo lugar que estaban antes de empezar un camino de 250 páginas. 

El Aprendiz acaba como nadie lo espera, ni como ningún lector desea -o quizá, sí-. Ni incluso yo quería que terminara así, pero al igual que existen las costelaciones y un bar con nombre similar en el centro de Madrid, miro atrás y las páginas polvorientas toman forma y utilidad. Todo se conecta. Me pregunto en qué momento se desconectará todo.

Por cierto, tengo una página en FB donde interactuar y todavía puedes leer una de mis novelas gratis. ¿Lo has hecho ya?