Decadencia

clear glass ball on brown wooden table

Este verano tenía una lista de libros para leer, una lista que ni siquiera voy a poder empezar. Este verano tenía planes en casa, en silencio, pero si dejas que la luz del sol entre por la ventana, no pretendas controlar la intensidad de sus rayos. Tengo un amigo que siempre dice que la vida es fácil, incluso cuando no lo es. Observar el entorno ayuda a quitarle presión a las cosas y dar un paso atrás para poder ver la panorámica del tablero. Por fin, poco a poco, vuelvo a mis rutinas, a mis días de siempre, a ese encuentro zen frente al teclado, conmigo mismo y con quien se aparece entre las ideas. Dicen que Borges escribió un mundo sin salir de su habitación. Yo no soy Borges, ni jamás llegaré a serlo, así que tengo que construir mi mundo desde la calle, desde las terrazas llenas de botellas de vino y besos fugaces; desde las noches a la luz de una luna que se derrite por el calor. Cada persona tendrá sus hábitos. Hay quien ve cine o series para buscar inspiración. Yo no tengo televisión, ni siquiera uso el ordenador. Para mí, además de los libros que han escrito otros, las ideas vienen de las baldosas, de los bares, de las calles concurridas, de todo ese ocio que está entre lo legal y lo prohibido. Temí que la pandemia me dejara en el dique seco, sin nada que decir, pero no ha sido así y uno encuentra sus maneras de sobrevivir a lo mundano. Esta mañana ha llovido, el cielo está gris y el olor a lluvia me ha recordado a una decadencia pronta, antes de hora, con la que tendremos que convivir. Por suerte, para entender o para huir, las historias permanecerán.