La épica de pasarlo bien

sardines on can

A punto de dejar atrás abril, un mes extraño, en todos los aspectos, recapitulo un poco, contento por los resultados (ajenos al virus, por supuesto) del lanzamiento, de lo conseguido y de los proyectos que llevaba entre manos. El próximo mes cumplo otra primavera más y lo celebraré publicando una obra más extensa de lo habitual, en mi caso. La historia que hay tras ella, es larga, interesante y con un final que aún está por escribir. La escribí bajo presión, mientras hacía otras cosas. Una novela entre dos ciudades que representa mi mundo más interno. El sol, la Costa Blanca, el jazz, los bares, la idiosincrasia del entorno en el que me he criado y los símbolos que aparecen, una y otra vez, en mis historias. Digamos que todo empezó siendo un encargo, como en esas novelas negras en las que la acción comienza tras descolgar el teléfono. Un año entero dando vueltas, por aquí y por allá, emborrachándome de momentos, descubriendo un Madrid literario abrumador, pomposo y que no estaba a la altura de las expectativas que el chico de provincias traía. Un año entero de imágenes, de expectativas, de barras de labios en bares cuyos nombres no recuerdo, de amaneceres en la Gran Vía con el estómago vacío, de fiestas en terrazas de hoteles, de desconocidas que me confundía con otro en salas VIP en las que no pintaba nada, de whisky con hielo y pactos con la vida, de rechazos telefónicos, de conversaciones absurdas entre críticos culturales y plumillas con aires de grandeza a punto de besar la lona. De eso y de mucho más. En definitiva, detrás de esta novela hay otra trama cargada de ilusiones que se fueron deshojando poco a poco, para dar lugar a una realidad que ahora sale a la luz, tras el desafortunado azote económico. Aquí no hay culpables, ni héroes, ni villanos. Más bien, esto ha sido todo un ejercicio de iniciación, un camino del héroe en toda regla y he contado con el apoyo de quien confiaba en este trabajo. Esto ha sido, como siempre, la vida.

Me gusta jugar para ganar, pero también me divierto apostando y, en esta ocasión, tuve la sensación de que perdí. No pasa nada. Como siempre, me puse el abrigo y me largué. Sé lo que traigo a la mesa cada día y no me importa comer solo. Qué gran frase de Tony Soprano. Y es cierto. Nunca hay que poner todos los huevos en la misma cesta.

Más tarde, supe que gané, y más de lo que imaginaba, pero hay cosas que, por temas legales, uno no puede mencionar. Por suerte, la épica de mi historia no estaba ahí, sino en otra parte, mientras el libro y mi ingenio se perdían por las calles de Madrid, pero esa la contaré otro día.

El mundo ha cambiado y yo también.

Pero, carajo, qué bien me lo estoy pasando.