Ordinario

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Un amigo decía que no puedes llevar una vida normal y pretender ser extraordinario. Le di la razón. No podía estar más de acuerdo. En muchos casos, la falta de talento se combate con esfuerzo, con mucho esfuerzo.
Todavía hay quien se sorprende cuando digo en voz alta que me gusta madrugar. Una cafetera, un cuaderno de notas, el ordenador portátil y un disco de jazz. No necesito más para empezar el día, con el fresco de la madrugada, antes de que suenen las persianas metálicas de los locales al subir y en el bar comience el ruido de vajillas y cucharas. Mi rutina no es más que un ritual llevado a cabo por muchos años, en ocasiones, durante periodos en los que no tenía otra oportunidad para escribir y, otras veces, en los momentos en los que sólo me quedaba una bala en el tambor de mi revólver. A modo personal, este es mi reconocimiento, el vis-a-vis conmigo mismo en el que soy consciente de cómo he llegado hasta aquí. Por eso, no necesito la aprobación, ni regar jardines que no son de mi propiedad. Tampoco me interesan las historias que no se tocan, ni se viven de cerca, porque después no hay quien las meta entre páginas. Para mí, la narrativa no es más que un puente entre las dos realidades que piso cada mañana, desde el café solo que disfruto a primera hora en la ventana del bar, mientras escucho conversaciones ajenas que anoto mentalmente para plasmar más tarde, al brillo de unos ojos que nunca serán míos, pero que se dejan disfrutar durante algunas horas. El arte de sentir entre palabras, de pintar escenarios en la imaginación y de bailar con una música que sólo existe en nuestra imaginación.
Y, sin embargo, no creo que haga nada fuera de lo común. En cierto modo, sólo vivo de una forma diferente y por eso obtengo lo que doy. Me considero una de esas personas que cree en el talento de los demás, en lo que esconde, aunque todavía no lo sepan. Cada persona contiene un tesoro, pero la mayoría busca la equis en un mapa que no es el suyo. Quizá sea el momento de cavar hacia dentro, de saltarse lo ordinario y empezar a ver que no hay de nada malo en hacer lo que realmente nos mantiene vivos.