Murió Paul Auster y eso me llevó a recordar “Brooklyn Follies” y su portada con el metro dibujado en ella, de tapa blanda, de compacto de Anagrama. Fue uno de los primeros libros que me prestaron en la universidad. Reconozco que leí al autor mucho, durante aquellos años. Después vino su trilogía de Nueva York, la mezcla del misterio y lo filosófico. Finalmente, me olvidé de él para siempre, como nos olvidamos de muchas cosas a menudo, sin sentirnos mal por ello. Murió Auster, se pasó la novedad y me acerco al fin de una novela que me ha costado más tiempo que escritura. Hay historias que salen solas, que derrochan palabras como la corriente de un río caudaloso. Otras, en plena sequía, requieren de ayuda externa, de vino, de noches, de derroche. En esta ocasión, ha sido más como recorrer una larga distancia, consciente de que llevaría tiempo y que no todos los días serían viernes, sino lunes.
Últimamente, hay mucho ruido aquí dentro, en las redes, y también fuera, aunque menos. Después de todo, los algoritmos de las plataformas están hechos para fomentar la interacción y que nos quedemos en ellas, sin importar las consecuencias.
Hoy suena Bill Evans por los altavoces y me temo que no saldré a correr. Ahora mismo, tengo tantas cosas que hacer y ganas por vivir, que no encuentro el momento oportuno para leer las noticias. Supongo que será porque me acerco a cumplir años y, de alguna manera, Internet se ha vuelto un lugar aburrido. Por fortuna, los correos me siguen pareciendo una genialidad y también la correspondencia que mantengo con los lectores o con quien se pasa a escribir unas líneas.
Mañana estaré a las 19 h (Madrid) en un directo de Facebook. Será el último en una temporada. Podéis verlo aquí.
Habrá cóctel y una promoción especial.
En junio llega Caballero.
Hasta entonces, salud.