Algo sobre Caballero

Nos conocimos un mes de agosto en Alicante, en la terraza de un hotel, mientras asistíamos al cóctel de la presentación de su último libro de vivencias. Caballero era un personaje singular: moreno, con el cabello ondulado, unas gafas Wayfarer que no se quitaba y un modo de vestir muy mediterráneo: camisa azul y pantalones claros. Nos caímos bien desde el inicio, quizá porque teníamos más cosas en común de lo que creía en una primera impresión. A decir verdad, cuando lo conocí, pensé que era un cretino, pero pronto me equivoqué.
Caballero era periodista, aunque ahora se lo subastaban en las editoriales más conocidas del país. Su arte con la pluma a la hora de escribir se equiparaba a la facilidad que tenía para meterse en problemas gordos. Todo empezó con una historia sobre sectas que destapó a través de un reportaje muy conocido, el mismo año en el que la selección española se jugaba la Eurocopa. Me habló de su relación de amor y odio con el periodismo, razón por la que había dejado las redacciones. También me contó sobre sus contactos en la Policía, donde tenía a un inspector de la Brigada de Homicidios que le soplaba información para documentarse (y de quien no me dijo su nombre). Hablamos de las veces que las mujeres le habían roto el corazón -casi tantas como a mí-, de sus aventuras por Valencia, las Baleares, Lisboa o Madrid… y de cómo una poderosa mujer casi acaba con su vida por una cuestión de celos.
Sin duda, Caballero era un tipo peculiar, aficionado al jazz, a la bebida, al libertinaje que ofrecía la Costa Blanca a todas horas y al amor por un lugar idealizado que poco a poco desaparecía del imaginario social.
Después de aquel encuentro, mantuvimos el contacto unas cuantas veces más. Me interesé por sus historias y decidí novelarlas para que quedaran plasmadas sobre el papel. Al principio no le agradó la historia, ya que su ego era tan grande que no concebía a nadie mejor que él para escribir sobre ello. Por suerte, logré llegar a un acuerdo económico con él -todos los escritores cojean por el mismo pie- y le convencí de que su deber estaba en la calle, nutriéndose de experiencias, salvando el mundo, conquistando amores y muriendo de nostalgia por los atardeceres que no iba a presenciar mientras estaba frente al teclado.
No necesité más argumentos para que me cediera su obra, la cual continúa después de trece entregas.
Hace tiempo que no lo veo y reconozco que echo un poco de menos sus puestas en escena. A veces, cuando camino por la Albufereta, creo ver su Porsche rojo descapotable cruzando la avenida. Después me dio cuenta de que no es él y me pregunto dónde estará.
En el fondo, no me preocupa. Sé que, cuando menos lo espere, el teléfono sonará y al otro lado habrá una voz, llamando desde algún rincón de playa y arena, pidiéndome que coja un bolígrafo y un cuaderno para tomar nota.
Así ha sido siempre y así seguirá siendo Gabriel Caballero.
Si aún no lo conoces, empieza hoy: elescritorfantasma.com/novela