Carta a mi yo del pasado

Hace seis años escribí una carta a mi yo del futuro (se puede leer aquí) que ahora sería mi yo de hoy y me enorgullece -a la vez que me asombra- que lo tuviera tan claro en ese momento, aunque todavía no manejara la posibilidad de vivir de la escritura.

El panorama ha cambiado mucho desde entonces, he aprendido una gran lección y también a abrirme hueco en esta selva llamada ciberespacio. Pero hay algo que ha seguido firme desde entonces: mi actitud. Por suerte o por desgracia -somos presos de nuestras decisiones-, no ha habido fórmula mágica -no creo que las haya-, y tampoco atajos. A día de hoy, sigo haciéndolo por necesidad, por vida, porque el dinero llegó hace tiempo, más de lo que hube imaginado, y me ofreció comodidades, pero siguió sin cambiar nada dentro de mí. Ahora soy yo el que intenta explicar estos atajos -o movimientos para eludir los grandes errores- consciente de que la otra persona no está preparada para digerir tal cantidad de información condensada en tan poco tiempo. La digestión requiere un proceso, un cambio de mentalidad, una ruptura de dogmas y hay quien no está dispuesto a salir de su jaula mental.

Y está bien, no es de mi incumbencia. Nadie nos invitó a esta fiesta. Si te quedas, es porque quieres. Si nadie te habla, es tu problema.

En estos años he abandonado de ciertas redes sociales, el tatuaje sigue en el brazo y ahora pinto más canas que cuando escribí ese texto pero, hoy por hoy, sigo creyendo en lo que hago.

Si algo debo añadir -que he aprendido durante estos años y que por entonces no sabía- es que la llegada del dinero (o el éxito) nos vuelve cómodos, dóciles y previsibles, faltos de brillo… y nos enroca, nos vuelve protectores del feudo y críticos con lo que estar por llegar por miedo a desaparecer.

Por eso, nunca he dejado de experimentar, de arriesgar, de ponerme a prueba, de seguir luchando. En ningún momento he dejado de escribir, de creer, de ignorar las voces y los consejos de quienes siguen en el mismo sitio que hace seis años. No descanses a mitad de camino, sino cuando llegues al final.