Coctelerías de domingo

Era domingo en Madrid. Mi viejo amigo estaba de paso, hasta el día siguiente. En mi casa, la nevera estaba vacía, como era habitual, y no tenía mucho más que unas cervezas para ofrecerle, así que opté por ofrecerle la ciudad.
Cenamos en un asturiano de la calle Viriato, al otro lado de Bravo Murillo. Como él llevaba mucho tiempo en el extranjero, fue fácil elegir: setas con jamón, ensaladilla y pulpo. Nos pusimos al día de todo eso de lo que no se habla cuando hay una tercera persona presente.
Terminamos la cena. El barrio estaba vacío, aunque se percibía algo de movimiento al otro lado de la avenida. Era domingo, pero eso no significaba nada en una ciudad como Madrid, y decidimos alargar la noche.
Después de dar un paseo por los callejones de Malasaña, terminamos en una coctelería de Tribunal que tenía algo de ambiente. Me gustaba aquel sitio. Había estado antes, la música era buena y la decoración tenía tonos rojizos, como un bar americano de moteros. Seguimos hablando. En el local entraba y salía gente, pero la calle seguía pareciendo un corredor de espíritus. Apoyado en la barra, le conté que ya no tomaba copas en los bares y que me había aficionado a los cócteles. Él me dijo lo mismo. Beber en las coctelerías resultaba más caro, pero el alcohol era de mejor calidad y te obligaba a beber menos. Pedimos dos negroni y después pasamos a los whisky sour.
-Siempre te gustaron las barras de los bares -me dijo.
-Son el puente a lo desconocido, el portal de las ideas.
Y le conté sobre la noche en la que conocí a una californiana, sentado a la barra de otra coctelería de Gran Vía. En ocasiones, tu suerte está a golpe de un hola y el revés más inesperado se encuentra a escasos centímetros de tu cuerpo.
Mi argumento era indiscutible.
Por allí pasaba todo el mundo.
Era cuestión de observar y de que un chispazo visual incendiara el diálogo.
Sin embargo, esa noche no sucedió nada.
Para entonces, nuestras sombras eran más alargadas que nosotros y se nos había olvidado la mitad de la edad que teníamos. Nos marchamos en busca de otro bar y nos perdimos por las oscuras y estrechas calles del viejo distrito como el agua sucia que se arrastra hacia un desagüe.
Era un domingo en Madrid, pero eso no significaba nada, al menos, esa noche, para los tipos como nosotros.