La gran belleza

Con la tontería, he escrito una media de 2500-3000 palabras diarias desde mediados de junio (de diez a doble folios a doble espacio), lo cual no es poco, partiendo de la situación personal en la que me encontraba.

Este verano me fijé algunos objetivos. Unos eran más importantes que otros.

En unos días estaré de vuelta por Madrid, la jungla de asfalto, las calles tórridas, angustiadas por el tráfico urbano y los extractores de aire acondicionado de los bares. Mi sitio de trabajo, después de todo.

Hoy he enviado la versión final y corregida del «Juego del Diablo» a mi editora, por lo que el trabajo fuerte ya está hecho. Hoy he marcado el punto final, antes de lo esperado, y la sensación de vacío —tan propia de estos momentos—, me recorre una vez más. Reconozco que no sé lo que es quedarme quieto, sin hacer nada. Tengo unos días para leer, para descansar, para vivir en modo avión, hasta que regrese a Madrid y comience a teclear «El crimen de Atocha». La vida es bella, lo es por momentos como este, de plenitud y vacío total, de autorrealización, de saber que has expresado todo lo que había dentro de ti, como quien exprime una naranja hasta rozar la piel. La vida, al fin y al cabo.

Creo que he mencionado esta sensación en otras ocasiones. No importa. Jamás deberíamos olvidar la esencia y la razón de por qué hacemos lo que hacemos. En mi caso, esta es mi recompensa, por encima del resto.