Parece que haya pasado una eternidad desde que me senté a escribir por última vez, pero lo cierto es que no es así. La intensidad de las palabras de una novela dejan un poso en el aire que cuesta hacerlo desaparecer, como un acorde de piano que se suspende durante segundos hasta que llegue el silencio, o como las hojas de otoño, secas y crujientes, que llenan el suelo de las calles de Madrid y que aún están por barrer.
Con el paso de los años me doy cuenta de que no existe mejor época del año para la escritura, ni tampoco la peor.
El otoño es triste, colorido y perecedero. Este parece ser diferente, quizá por los cambios atípicos de temperatura o por las sorpresas que la vida nos da cuando ya no se espera nada de esta. He cambiado las rutinas, las caminatas que solía dar al centro, en busca de ruido y de perversión, de barras y de lugares en los que hablar entre las sombras. Ahora el entorno es otro, más tranquilo, algo gris como el cemento, pero más dinámico, después de todo.
La noche es cálida y me siento vivo. El paseo de la Castellana rebosa de gente que va de un lado a otro, a unas horas en las que rara vez me hubieran encontrado aquí, pero hoy es diferente. Poco después, unos ojos esmeralda me acompañan en la cena en un sitio bonito, con luces, detalles, copas de albariño y cocina de autor. Quién me ha visto y quién me ve, pienso, amable conmigo mismo, saboreando cada instante, sin miedo a perderlo o a que no regrese, porque es ahí cuando uno se da cuenta de que la vida es poco más que eso.
Octubre se fue, entre botellas de vino, estaciones de trenes, libros en papel y en digital, confesiones bajo las sábanas y conversaciones antes de medianoche. Puede que fuera el sol de la plaza de España de Sevilla el que me cargó las pilas en un otoño caluroso, o el sabor de esos labios que aún tengo la suerte de probar. No lo sé, pero lo cierto es que, mientras todo muere, las historias siguen brotando entre mis dedos, como una enredadera salvaje. Tal vez ese sea el ciclo y me haya dado cuenta ahora de ello. Lo único que tengo claro es que no pienso esperar a la primavera para averiguarlo.