Paz sin asueto

Había olvidado lo que significaba el silencio, saber que no hay nadie a kilómetros de ti y que lo único que vas a oír es el soplar del aire, el canto de los pájaros, el zumbido de los insectos y los ladridos de tu perro. También había olvidado lo que era caminar descalzo sobre la tierra fría, en lugar de hacerlo sobre la superficie de madera de mi apartamento. Correr unos cuantos kilómetros, campo a través, en pendiente, con el sol de cara, y calcular el tiempo que le queda a sol, antes de esconderse tras la sierra, con un viejo truco de mano que me enseñó mi padre. Estos días escribo en un ordenador portátil, despojado de las comodidades de una pantalla grande y luminosa y de un teclado que parece del futuro. Lo prefiero así, como las horas muertas -que están muy vivas- en las que leo en mi Kindle hasta agotar la batería. La conexión es débil, por lo que me veo obligado a renunciar a la actualidad. Escribo correos, guardo el trabajo adelantado y compruebo lo necesario. El vacío, la ausencia de distracciones, me mantiene presente, concentrado. Después de cuatro años, necesitaba un poco de esto, aunque sé que, en unas semanas, mi viaje seguirá hacia la costa y continuaré triangulando entre pueblos y ciudades hasta que regrese a Madrid. No son unas vacaciones. Más bien, es la pretemporada de lo que vendrá en los próximos meses. Por eso necesito encontrar un poco de paz -que no de asueto-, antes de enfrentarme de nuevo al ritmo de la normalidad.