Seis años y un nuevo periodo

Como cada año, me siento a dejar por escrito algunas conclusiones de estos últimos doce meses. Reviso las notas que escribí en 2020, poco antes de poner fin a diciembre, y puedo notar el brillo y la ingenuidad en el tono de aquellas palabras. Ahora que llegamos al final, puedo decir que 2021 ha sido mejor año que el anterior -en cuanto a números-, pero un cóctel agitado respecto a lo demás.

Tal vez sea el año que, personalmente, más me haya cambiado desde que escribo. Siento que termina un periodo de mi carrera personal y profesional. Hace unos días, me rodeaba de libros en unos grandes almacenes. Por un momento, me sentí como en la película de Matrix, comprendiendo que cada localización no era sino una estrategia de venta. He convertido mi vocabulario -y también manera de procesar la información- a impresiones, clicks y conversión, y hace tiempo que ya no soy el de antes -nunca lo fuimos-.
He publicado menos que en otros años y me ha costado escribir más de lo habitual.

Este año tampoco he llegado a la final del Premio Literario Amazon, pero he logrado sacar adelante una trilogía nueva (la serie de Maldonado), un curso de formación para escritores y mi novela más ambiciosa -y larga- hasta el momento. Una idea que, más allá del libro, representa un modelo, una intuición y un cambio de paradigma. Ahora sé que puedo hacerlo y también que puedo mejorarlo.

Sigo en mis trece diciendo que la autopublicación es una realidad, no una tendencia, aunque eso no significa que sea un camino fácil. No hay atajos y requiere trabajo, como cualquier otro. Además, a medida que pasan los años, el nivel aumenta, la competencia crece y hay que aprender a profesionalizarse. Es la única forma de encontrar nuestro lugar.
Y eso requiere ampliar la visión, invertir en lo que hacemos, hacer facturas, pagar a otras personas por su labor, aprender a manejar números… En fin, la vida de cualquiera.
«¡Oh! Yo sólo quería escribir».

Continúo trabajando en la imagen panorámica que tengo en mi cabeza desde que comenzó todo.

Tener un plan, una visión, es el único modo de mantenerme en mi carril, sin prestar atención a las tendencias esporádicas, sin hacer caso a las distracciones. Perder el rumbo es muy fácil, sobre todo, en un momento de saturación informativa como en el que vivimos. Sigo creyendo en empatizar con quien no piensa como yo, pues cada persona es libre de elegir su camino; en compararnos sólo con nuestra sombra y no con otras personas.

Nuestra energía se concentra donde ponemos la atención. Yo opto por ponerla en mis historias.

Madrid se ha convertido en un escenario que nutre mis historias, en una segunda piel y en un hogar. La escritura no tendría sentido sin las experiencias personales y, por suerte o por desgracia, este año ha habido de todo en mi vida. La ciudad te absorbe, se deja querer y se deja gastar. Cada noche, sin importar si pertenece o no al fin de semana, me siento como un personaje de París era una fiesta de Hemingway. Un atardecer a tiempo, un beso desperdiciado, un plan cómplice en Cuzco, una mirada de sirena, una visita al museo, un taxi que cruza Santa Engracia a las seis de la mañana, una resaca de domingo al sol, mientras atravieso el paseo del Prado. Echo la vista atrás y sonrío nostálgico por los buenos momentos brindados, por los amargos, por los bares clandestinos a los que no sabré regresar, por aquellos en los que me dan la mano al entrar, por los apartamentos a los que ya no volveré y por esas cafeterías de barrio en las que sólo desayuné una vez.

Y digo nostálgico porque auguro que ha llegado el momento de tomar un respiro antes de regresar al trabajo duro.

Aunque, en ocasiones, pienso que ya lo he dicho todo, hay algo que no he mencionado durante estos años y que en este 2021 me ha hecho cambiar de forma de pensar -sobre todo, al final-. Es un tema tabú y la gente te trata diferente cuando lo ganas, pero el dinero no puede ser la meta. El dinero llega y se va. Es importante ganarlo, saber lo que queremos, pagar los gastos, comprar tiempo y hacer nuestra vida más cómoda, pero es un error convertirlo en la meta final.

A lo largo de este tiempo, he aprendido que no hay secretos, sólo trabajo y dedicación, centrarse en el objetivo y no olvidarse de disfrutar el proceso. Que sí, ya lo sé, el dinero es importante, pero el proceso lo es todo, cuando hay dinero y cuando no. Cuando lo hay, se lleva mejor, pero tampoco nos libra del sentimiento vacío de no servir para nada. El dinero cambia, las ambiciones cambian y también lo hacemos nosotros, pero el proceso es la razón por la que empezamos esto. Si no aprendemos a disfrutar de ese momento de creación, de las pequeñas victorias, nos quemaremos antes de que nuestra carrera se convierta en algo tangible.

Es algo que me hubiese gustado contarle a mi yo de 2015, cuando todo estaba por hacer -y no había un céntimo en la cartera-, pero sospecho que no me habría escuchado.

Hay que disfrutar cada día, con mesura, escribiendo cada FIN con la sensación de habernos dejado el alma entre las páginas. La vida es demasiado corta como para vivirla molestos.

Feliz año. A menudo siento que esto no ha hecho más que empezar.