Hace poco, me planteé si algún día escribiría mi autobiografía. Por suerte, fue un pensamiento pasajero fruto de una resaca que se fue por donde vino. A decir verdad, me parece obsceno y vanidoso pensar algo así, pues la ficción siempre ha sido un disfraz más interesante.
Reconozco que está siendo un año caprichoso, tanto para lo bueno como para lo malo, pero esto forma parte de la forja de un carácter que se lima con los años. Si no te mata, te hace más fuerte, y si no te hace más fuerte, es que tampoco era tan malo.
Estas últimas semanas las he pasado entre palabras, escribiendo, leyendo, tomando notas en cuadernos, absorbido en correcciones, páginas, lecturas. He aprendido, en cierto modo, a desconectar de las agujas de un reloj que se me clavan, a menudo, sobre todo, cuando las fechas de entrega asoman. Luego uno se abraza a las calles, a los bares, a los simposios de las barras de zinc y a las confidencias de las mesas de los rincones.
Voy en busca de algo, una respuesta, quizá, ya que no logro terminar muchos de los libros que leo, pero no desisto, más bien, insisto, mientras empiezo a discernir que aún hay cosas en mi vida que no logro manejar del todo y otras que marchan engrasadas como el motor de un coche de carreras.
Lo curioso es que yo me creía que iba a estar todo resuelto a esta edad, y qué afortunado soy al comprobar que no ha sido así y que todavía queda mucha partida por jugar.
Pero, eso es la vida, supongo —bien o mal—, pues no hay manual que la explique. Seguir remando, a pesar de la marea; sonreír con el cielo nublado y aceptar que, por mucho que brille el sol, tenemos derecho a estar a la sombra.
En breve me subiré a un avión y me veré en una de esas calles californianas, donde me imaginaba hace una década, mientras leía «En el camino» de Kerouac o «El sueño eterno» de Chandler.
Marcho por trabajo, con muchas cosas en el tintero, con un sinfín de posibilidades que el tiempo dirá si las cristaliza, pero con la única certeza de que dejo dos manuscritos terminados y un tercero que empezaré en las alturas.
Porque, lo cierto, es que escribir y vivir era, es y será esto, y no lo concibo de otra manera.